11.10.2011

Entre el diseño y el discurso crítico

Miguel Rodríguez Casellas
destaca la mención de la Isla,
entre el contexto latinoamericano,
en publicación de Harvard
 
Por Eileen Rivera Esquilín / erivera1@elnuevodia.com

Le entusiasma el buen diseño... aquel que tiene una intención de diálogo antes de hablar consigo mismo. Va más allá, dice convencido de que el bueno de verdad es aquel que se ve como parte de una conversación que comienza en un espacio antes de que llegue el diseñador.
Así mismo, al arquitecto Miguel Rodríguez Casellas le entusiasma mucho que se haya hecho mención de la Isla en la edición más reciente del Harvard Design Magazine, dedicada a América Latina. Esto como parte de un escrito suyo titulado ‘Puertoricanism, or living at ease in the surface’.
“Me hicieron el acercamiento y creo que les interesó ese ángulo ácido muy mío”, dice riéndose. Y agrega: “lo que pasa es que aquí al arquitecto se le asocia con un discurso de venta. Todavía el discurso crítico de la arquitectura es ácido en algunos sectores, y levanta callosidades. Sí, reconozco que en ocasiones me tiro líneas de ironía, lo cultivo y me gusta recibirlo también de vuelta”, dice Rodríguez Casellas, exdecano y profesor de la Universidad Politécnica.
Pero volviendo al texto publicado, en el mismo propone un marco teórico para entender las maneras de ocupar y articular la forma y el espacio en Puerto Rico. Además, expone las relaciones de poder que incentivan y desincentivan ciertas prácticas.
“Es alentador que nos den el espacio para expresarnos junto a un grupo de arquitectos e intelectuales de este lado del mundo con muy buena reputación. Que nuestra presencia en esta publicación se produzca bajo una mirada crítica, sin el discursillo escapista de ‘Puerto Rico lo hace mejor’, sino con plena conciencia de las insuficiencias que padece el país, es importante. La oportunidad de colaborar en esta revista llega en buen momento, pues en mi campo se ha tendido a suprimir el debate”, resalta.
De hecho, el debate no queda fuera de los términos con los que muchos lo describen dentro y fuera del salón de clases. Para muchos es irreverente, para otros exigente o simplemente, es un “tipo pesado”.
“Creo que en mis clases ya los estudiantes están acostumbrados o curados de espanto con mis irreverencias. Algunos se resisten un poco, pero es normal, yo no soy un teleevangelista y mi función no es transformar las almas. Al contrario, mi lucha es que haya más espacio para el debate y la diferencia”, destaca el arquitecto.
De igual modo confiesa que el salón de clases es algo que atesora mucho. Y que por el contrario, lo que ve al salir a la calle son barreras en el gremio. Dice hay “un conflicto intergeneracional en la profesión”.
“Trabajé mucho años fuera de la Isla y nunca tuve problemas con ese ‘label’ que tan cuidadosamente han preparado para describirme aquí. A mí lo que me interesa es el futuro, la posibilidad de un país con vínculos internacionales. No me interesan los singulares de ‘la identidad puertorriqueña en la arquitectura como búsqueda esencial’. No se trata de complejos, noto que lo estamos viviendo muchas personas. Que me hayan publicado en la revista de Harvard no me da un ‘ego trip’, lo que me encanta es que cuando buscan una voz que hable sobre dónde está el país en términos de su arquitectura, no buscan una autoritaria, buscan una que suene distinta”, apunta el arquitecto, próximo a cumplir sus 45 años.
Fuera del salón
Para el experto en el tema del diseño y la arquitectura, es difícil preferir una faceta sobre otra.
Dice que le gustan las dos cosas, aunque se le conoce más como gestor y viabilizador, que como autor.
“Ahora con mi socio, Miguel Szendrey, creo que tengo un complemento extraordinario de las cosas que yo no tengo. Esa idea del arquitecto que lo sabe y lo controla todo, es un curso de venta, no es una realidad. Esto es un arte social que se hace en grupo. Me gusta la construcción, porque lo veo como lo real, lo concreto”, destaca el profesor de los cursos “Historia y teoría de la arquitectura” y “Neovanguardia en la escena contemporánea”.
Dentro de su campo, asegura, se define como “defensor del diseño” en todas sus manifestaciones. Le “vale madre” las distinciones jerárquicas entre lo que es un arquitecto, diseñador de interiores, industrial o paisajista.
“De hecho, a veces veo más libertad en esos otros campos que en el nuestro. Esas visiones del director de orquesta que el arquitecto imagina ser... eso no lo tolero. Trae rivalidades que no son productivas”, acota. Por otro lado añade que “hay mucha gente que dice, ‘sí, vamos a trabajar todos juntos’, pero lo hacen de la boca para afuera. En mi caso, me gusta trabajar con gente que es distinta a mí”.
arquitectura y el teatro
Mientras recuerda su enamoramiento con el diseño, allá para cuando tenía cinco años y descubrió que por error abría el telón de un teatro y lograba la atención de la audiencia, confiesa que por un momento pensó que se dedicaría al teatro.
“La arquitectura, el espacio, el espectáculo y la audiencia, se relacionan. Mirando el cine, a veces, lucho contra lo tieso del espacio arquitectónico. Me molestan las fotos vacías, sin gente, que a muchos arquitectos encantan. Me molesta el espacio que no está usado o el detalle sobrediseñado. Por eso digo, que si vamos a ver goce, que sea en grupo... en ese caso soy más promiscuo. Me interesa lo compartido, eso me apasiona”, expone el arquitecto, quien carga la espinita de dirigir y escribir cine.
Su proyecto actual
Por ahora, y cuando sale del aula, dedica gran parte de su tiempo a la remodelación de una casa en Guaynabo. Y la casa tiene su historia.
Perteneció a un familiar de su socio, Miguel Szendrey, y pasó a manos de un tío que debido a una condición física solo puede moverse en silla de ruedas. Así las cosas, necesitaban remodelar algunos espacios, ensanchar marcos y puertas, así como extender la terraza para que el nuevo propietario tuviera mayor contacto con el exterior.
“Este proyecto es una especie de laboratorio para nosotros. Como el cliente es un familiar, podíamos darnos el lujo de ir trabajando en sitio, viendo en computadora cómo se va transformando el diseño. Así, los imprevistos se transforman en oportunidades de diseño. Queríamos jugar con la casa que tiene un ‘spanish revival’ bien marcado. La galería se cierra al frente con calados que se pueden lograr tecnológicamente. Atrás, en la terraza, seguimos trabajando el espacio como cualquier terraza típica, con su madera y hormigón expuesto”, dice el arquitecto.
Esto, no sin antes aclarar que en este proyecto no falta la “ironía” que identifica su firma Ordinal junto con Szendrey. Dice que el enfoque de ambos hacia la arquitectura tiene que ver, precisamente, con la palabra “ordinario”.
“No nos gusta el lugar donde ha caído el diseño contemporáneo en el que todo el mundo está interpretando de una manera u otra algún referente de la modernidad temprana o tardía. Queremos alejarnos de eso. Sentimos que la arquitectura se está volviendo muda, inexpresiva. Peor aún, está perdiendo su capacidad crítica. La casa expresa un poco de rebeldía en cuanto a ese lenguaje. La mezcla de no tener quizás recursos, pero sí las ganas o el deseo de ser diferentes, produce cosas interesantes”, agrega.
Szendrey, agrega que se definen como un cuerpo interdisciplinario y que sus diseños son más flexibles. Cuenta que se tomaron un tiempo antes de entrar al mundo de la construcción porque la experiencia académica da otro tipo de madurez. Son amigos y compañeros de trabajo hace tiempo. Para ellos, haber trabajado proyectos de arte público desarrolla más conciencia de lo “finito” de los recursos.
“Aquí -en la casa- estamos jugando con el tema del empate. Hay una continuidad entre lo nuevo y lo viejo. Debemos finalizar el proyecto para diciembre o enero”, agregan.
Prospectivamente, se encuentran dándole forma a dos proyectos en la montaña. Además, Rodríguez Casellas se encuentra activo como conferenciante del medio a nivel internacional.
“Sí me veo con más empatía con los más jóvenes que con los mismos contemporáneos. Me interesa seguir enseñando para provocar en las nuevas generaciones unas nuevas posturas. El diseñador del futuro tiene que manejar ‘software’, pero el peligro es que a eso se reduzca todo su trabajo”, dice.
“En medio de esta crisis, tienes que empezar a calcular mejor dónde pones el esfuerzo de diseño, y eso, eventualmente se convertirá en un estándar. Los diseños tendrán que ser más ágiles en el manejo de materiales”, agrega.
¿Su mayor frustración?
Le duele decirlo, pero “es Puerto Rico”. “Es un país que amo y resiento. Me fascina por sus contradicciones, pero estamos perdiendo la humanidad”, termina.

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